Premiar una vida

Las personas como él existen para recordarnos que no son sólo los políticos, los científicos o los trabajadores humanitarios (categoría ésta última a la cual él pertenece sin duda) quienes tienen en sus manos las riendas del mundo. También son los artistas, tanto más responsables de aportar su visión, su inspiración y su ejemplo cuanto mayores son su visibilidad y su éxito.

Arte y activismo se entremezclan de tal modo en su persona que es imposible determinar dónde termina uno y empieza el otro. Ni falta que hace: Edward James Olmos no entiende su profesión ni su vida si no es desde el esfuerzo constante, la dedicación y el compromiso.

En 2009 clamaba en la sede de Naciones Unidas en Nueva York que “no hay más que una sola raza: la raza humana”, haciendo suyo uno el principal leit motiv de la serie de televisión Battlestar Galactica, que él protagonizó entre 2003 y 2009. En ella dio vida al Almirante Adama, alcanzando un nivel de excelencia actoral que hace que nunca la expresión “dar vida” haya sido más precisa. La semana pasada, en los lujosos (y atestados) salones del Hotel Palace, en el centro de Madrid, nos regalaba otra de sus frases: “El futuro está al ciento por ciento en nuestras manos.” Y, cuando lo dice él, con esa voz y esa mirada que rivalizan en profundidad, tú, simplemente, te lo crees.

Edward James Olmos ha venido a Madrid a recoger el galardón de Honor en la Cuarta Edición de los Premios Platino de Cine Iberoamericano. Este reconocimiento le emociona y, por enésima vez, cuando lo agradece se le aguan los ojos. Tanto en el photocall de bienvenida en la Plaza de Callao el jueves 20 de julio por la noche como en la rueda de prensa celebrada en su honor al día siguiente, respondió las preguntas de los periodistas y atendió con amabilidad a todos cuantos nos acercamos a él, movidos tanto por nuestro compromiso profesional con la cobertura del evento como por la admiración hacia su trayectoria y el respeto por los valores que él representa.

Edward James Olmos tiene esa clase de carisma difícil de describir pero que uno reconoce sin lugar a confusión cuando se halla en su presencia. Preguntado por lo que hace falta para que el cine iberoamericano (y, en general, todo lo latino) alcance el reconocimiento que merece por encima de los abundantes prejuicios existentes en Estados Unidos, su tierra natal, él responde lacónico: “Paciencia.” Lo dice con el tono socarrón y sereno de quien ha librado mil batallas y mantiene viva la esperanza porque ha aprendido a posponer la recompensa: el tono del que ha vivido lo bastante para saber que las épocas oscuras son precisamente eso, épocas. Que uno debe, siempre, seguir trabajando por aquello en lo que cree, por las causas que lo merecen. Que vale la pena, incluso, aunque uno no viva para verlo. Que, antes o después, la verdad se impone y que la historia, aunque con reveses y altibajos, al final va siempre hacia delante.

Su fe es inquebrantable, su pasión contagiosa, su idealismo no se anda por las nubes: está arraigado en la realidad, trabaja con los pies en la tierra, y es aquí abajo donde halla su fuerza. Jaime Escalante se cruzó en su camino en 1988 y lo llevó (Jaime a él tanto como él a Jaime) a las puertas del Oscar. No obtuvo la estatuilla, pero de su papel en Stand and deliver recogió otro testigo: el de los grandes maestros. La educación es, para Edward James Olmos, la herramienta para cambiar el mundo, para acabar con la discriminación, para salvar vidas. A la misión de difundirla y promoverla se dedica en cuerpo y alma, infatigable.

Si cuando hablé con él en el photocall de bienvenida me comentó que se sentía bien a pesar de haber aterrizado en Madrid sólo tres horas antes, a la mañana siguiente, en el arranque de la rueda de prensa, admitía un monstruoso jet lag y bromeaba sobre su edad: “Los 70 son los nuevos 68.” Ello, sin embargo, no le impidió compartir con nosotros sus pensamientos, sus experiencias y su sentido del humor durante más de una hora. Al término de la rueda de prensa la audiencia latía incandescente, llena de esa clase de energía que emerge ante las personas que nos inspiran, ante esa clase de líderes íntegros que son una especie tan rara hoy en día. Quienes hemos tenido la suerte de escuchar a Edward James Olmos en ocasiones anteriores ya sabíamos que esto iba a ocurrir. Tampoco nos sorprendió ver cuántos reporteros se acercaron a él, concluido el acto, para felicitarlo a título personal y pedirle selfies, que él concedía con tanto gusto como si él mismo tuviera interés en esas fotos. Al fin y al cabo, los periodistas, los fotógrafos y los reporteros también somos fans, admiradores… somos humanos. La humanidad nos atrae.

El sábado, Edward James Olmos recogió su Premio Platino de Honor en una gala celebrada en la Caja Mágica. El discurso que pronunció, sobreponiéndose a base de voluntad a la emoción que atenazaba su garganta (“¿Se me entendía bien?”, me preguntó más tarde, preocupado por si el temblor de su voz había enturbiado sus palabras), volvió a ser una lección de fuerza, honestidad y corazón. Una inyección de energía, una sacudida a las excusas detrás de las cuales nos escondemos para no hacer lo que debemos. Para no hacer, incluso, aquello con lo que de verdad soñamos. No en vano él es autor de afirmaciones como “haz lo que sueñas con hacer incluso cuando no te apetece hacerlo” y “si peleas, siempre tendrás éxito, porque el éxito es llegar a ser lo mejor que puedes ser en aquello que más te importa.” El sábado le oí pronunciar estas frases de nuevo, no durante su discurso, pero sí en algunas de las entrevistas que concedió a los reporteros de las diferentes cadenas.

De entre todas las ideas que compartió al recoger su premio extraigo ésta: “La creatividad no conoce fronteras: sólo requiere de oportunidades.” Ésta potente afirmación reúne las distintas energías que alimentan su sangre y son el motor de su vida: talento, diversidad, dedicación e igualdad de oportunidades para todos.

Cuando hablé con él después de la gala me aseguró que el Premio Platino significa para él mucho más que el Oscar. Esta estatuilla es, sin duda, un reconocimiento a su vida tanto o más que a su arte o a su extensa, variada y exitosa carrera. Mientras escribo estas líneas, él ya ha comenzado a trabajar con su hijo Michael en la nueva cinta que éste va a dirigir: Windows of the World. Una historia sobrecogedora cuyo argumento cumple todos los requisitos para ser algo en lo que él querría participar.

Cine, educación, derechos humanos, lucha contra los prejuicios y la marginación… Cuando le preguntamos cuál considera que ha sido el principal proyecto de su vida, responde de inmediato y sin pestañear: “Mis hijos.” Te sientes reconfortado: en medio de la vorágine, Edward James Olmos no ha perdido la toma de tierra.

Ahora que lo pienso, antes de despedirme de él se me pasó decirle algo que, por eso, digo aquí y ahora: todos los que le hemos escuchado alguna vez, los que hemos visto nuestras vidas inspiradas por sus enseñanzas o nos hemos enamorado de sus papeles y sus personajes somos, un poco, también sus hijos.

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